miércoles, 28 de abril de 2010

Una vez más


Otoño. Un dulce aroma otoñal se posa en mis fosas nasales, las hojas vagamente se desprenden de los arboles y caen danzando. Las calles silenciosas, un frío apenas resistible y el sol que a cada rato se esconde en alguna de las nubes tristes. El agua estancada entre los adoquines provoca un destello de luz molesto en los ventanales de las viviendas.
De vez en cuando las palomas descienden desde el cielo hasta el suelo en busca de migajas de pan, la gente caminando sin rumbo alguno, los semáforos cambiando a cada rato, el tiempo pasa, sin embargo, y yo detengo con la palma de mi mano un interminable segundo ahorcado. Se agotan los silencios y las minúsculas acciones que parecen habitar en mi alcance, parecen ser una ilusión de un momento efímero, actuado y vacío. Un dolor apagado y un amor resucitando, desde las llanuras de las profundidades de mi corazón; de mi propio y elocuente corazón. No es fácil hoy el amor, no. El viento de la angustia que secó lentamente mis sentimientos dulces y el diluvo torrencial que oxidó bruscamente mi amor jovial.
De vez en cuando, la simpleza desaparece cuando alguna palabra sale disparatada de mi garganta, como cuando una vez apreté sin pensarlo, siquiera, el gatillo del arma de mi propia maldad, y se rompen los esquemas de esta fracción de vida. Una vez más.

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